lunes, 2 junio, 2025
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Bonjour, M. le président!

PARÍS

Jueves 15 de Mayo de 2025. La mañana era fresca, pero con sol. Decidí salir lo antes posible, porque un largo trayecto me esperaba. Todo lo que hago de costumbre, por mera coquetería, ese día, para ganar tiempo, no lo hice: no me maquillé, no me perfumé, los colores de la ropa que me puse no combinaban para nada entre sí, me encajé un gorro de lana en la cabeza y zapatillas (por primera vez en mi vida) y me lancé por las calles de París con ese “look” tan informal como anodino.

La autora, Macron y una selfie inesperada

Como en otros momentos de ese viaje, planificar me servía relativamente. Un problema de salud ya me había impedido ir a España, teniendo ya todo pago. Tras haber visto la fabulosa muestra de mi admirada, Suzanne Valadon ( 1865-1938), en el Pompidou, mi proyecto era tomar el Métro y, en la Opéra, hacer una combinación para ir a Montmartre. Visitaría así el taller de esa gran artista postergada, modelo de tantos pintores famosos y madre del desdichado Maurice Utrillo.

Cuando desciendo del vagón en Chaussée D’Antin, cambio bruscamente de idea : en vez de seguir por los alambicados pasillos del subte, salgo a la calle para darle un vistazo a la Opéra Garnier.

Macron me había impactado por lo guapo, por sus ojos celestes, por su simpatía y calidez, por su elegancia

Al igual que las últimas veces que la vi, la fachada de la Opéra estaba tapada por un gran cartel de publicidad, con los trompe l’oeil de ambos lados. El edificio continúa en obra.

Pero he aquí que un gran movimiento de policías, imponentes autos negros y gente amontonada en la entrada del Palacio me llaman la atención. Me acerco a un quiosco del Roland Garrós que vendía souvenirs alusivos y le pregunto al chico que lo atiende qué está pasando. “Parece que Macron está adentro”, me responde.

Doy unos pasos y me quedo en la Plaza, esperando tener la oportunidad de divisarlo a Macron y, aún de lejos, tomarle una “instantánea”. Luego iría a disfrutar de un cortado en el Café de la Paix – pensé–.

Estaba así , detenida, cuando lo veo al presidente de Francia avanzando de frente hacia mí. Estaría a unos tres metros, escoltado por sus guardianes. Lo miro y no lo puedo creer. Está viniendo raudamente hacia mí, como si quisiera decirme algo… ¡No, imposible! ¿Qué hago, qué le digo? La mente se me pone en blanco.

Lo único que sé es que abro los brazos automáticamente y que, al aproximarse aún más, lo saludo, perturbada, y le murmuro : “¿Usted sabe? Yo era muy amiga de María Kodama, la viuda de Borges. Usted la conoció…”. La cara se le iluminó y me sonrió con gran empatía, “Ah, oui”. Le dije que María había sido una de mis mejores amigas, que –como ya era notorio–, había muerto hacía poco y que yo sabía que él y su mujer habían estado con ella en Buenos Aires.

Se quedó parado ante mí y vi que me escuchaba con mucha atención. “Sí –me contestó–. Yo estuve en su maison para ver la biblioteca de Borges”. “Ya lo sé –le dije–. Ella me lo contó. Me habló de usted y de su mujer y de esa visita”. Lo cual era más que cierto, porque María me había llamado ese día (noviembre de 2018) para decirme que esperaba la visita de Macron. Luego, al terminar la entrevista, había vuelto a llamarme para contarme que Brigitte Macron había llegado primero, excusándose por el pequeño retraso de su marido, que se encontraba recorriendo aún la librería Grand Splendid .

En aquel entonces me maravilló el hecho de que el presidente de un país como Francia, lo primero que quisiera hacer en Buenos Aires fuera conocer la emblemática librería El Ateneo-Grand Splendid y el Museo Borges. Eso decía mucho de él.

Todo ese desfile de imágenes pasó por mi cabeza en un segundo, mientras le consultaba si nos podíamos sacar una foto. Macron me había impactado por lo guapo, por sus ojos celestes, por su simpatía y calidez, por su elegancia. Accedió sin problemas y, con una paciencia infinita, esperó a que yo –nerviosa no, nerviosísima– encontrara mi celular en mi atiborrado bolso. Cuando, finalmente, lo hallé, pregunté si alguien nos podía sacar una foto. Él miró un instante a su alrededor: montones de personas nos escrachaban de ambos lados y entonces decidió tomar él mismo mi celular y sacarnos una selfie. Le dije que me veía moche porque el sol me cegaba. Aguardó a que me colocara los anteojos negros y sacó la segunda selfie . Esa imagen sí que la “aprobé”.

“Escribí un libro sobre Borges –le comenté– con ciertas conversaciones”. “¿Quel est votre nom?”, me preguntó. Mientras se lo decía, intenté explicarle que yo había nacido en Rumania, pero que era una escritora argentina.

Voilà. Conmocionada, me dirigí al Café de la Paix , pero la entrada principal estaba clausurada porque, oh, sorpresa, Macron acababa de entrar allí. Me dejaron acceder por otro ala del café, y cuando terminé de acomodarme, el presidente ya se había ido.

Me sentía tan rara, que solo el transcurrir de los minutos y el exquisito café-noisette lograron tranquilizarme. Decidí olvidarme del atelier de Suzanne Valadon y de Montmartre. Debía hacer unas copias en papel de las fotos, cuyo autor era…¡el propio presidente Macron! Mi prioridad era ésa.

Al salir del café, hablé con algunas personas en la calle. Muchas lo criticaban, le reprochaban montones de medidas políticas; otras lo admiraban y aprobaban completamente su gestión. Me impresionó la virulencia, la saña y el odio de los primeros (pero de “grietas” sí que sé algo.)

Horas después, al mandar mi foto “ histórica” a algunos amigos franceses, uno me escribió que esa imagen era imposible porque Macron jamás caminaba por la calle. Que siempre iba en una limousine con chofer y con bodyguard.

Otros se burlaron y me respondieron que era un buen “fotomontaje” o que alguien “piola” me lo había armado con IA. La muchacha que me imprimió la foto parecía quererlo a Macron y me comentó al observarla: “Se lo ve muy contento en esta foto “.

Si esa mañana yo hubiese hecho la conexión subterránea en Chaussée d’Antin para llegar a Montmartre, si no hubiese tenido el extraño impulso de pasar por la Opéra , nada de todo esto hubiese acontecido.

Leí que ese día, 15 de mayo, a las 9, el Presidente Macron había inaugurado con su discurso el 20º aniversario de la Global Market Conference. Yo me encontré cara a cara con él a la salida de ese evento, a las 10.10 de la mañana.

Hoy más que nunca creo en las tramas secretas de la intuición y en sus insospechadas consecuencias. Hoy más que nunca confirmo el refrán bíblico: L’homme propose, Dieu dispose. Para mí, el azar no existe. La sincronicidad sería, para expresarlo de algún modo, una suerte de conspiración de nuestros Dioses tutelares.


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