Riquelme y un final anunciado
En «Crónica de una muerte anunciada», Gabriel García Márquez narra la historia de Santiago Nasar, un hombre condenado a morir desde el inicio del relato. Todo el pueblo sabía que iba a ser asesinado, pero nadie hizo nada para impedirlo. Su muerte no fue producto del azar, sino de una serie de decisiones erradas, indiferencia y una sensación de inevitabilidad.
Algo similar ocurrió con Boca Juniors en la Copa Libertadores: una eliminación anunciada que se venía gestando desde hace tiempo, con un club sumido en el desgobierno y un equipo sin respuestas dentro de la cancha.
Boca Juniors quedó eliminado de la Copa Libertadores antes de siquiera pisar la fase de grupos. Un hecho inédito, pero de ninguna manera sorpresivo. Porque si bien el resultado se terminó de escribir anoche en La Bombonera, enfrentando a un rival de menor jerarquía como Alianza Lima, la historia de este desenlace estaba impresa desde hace tiempo. No hubo profecías ni presagios oscuros: solo la inercia de un club manejado con desidia por una dirigencia que hace tiempo perdió el rumbo. Así, Boca, ganador de seis Copas Libertadores en su historia, se quedará por segundo año consecutivo sin disputar el torneo que alguna vez supo dominar con autoridad.
El proyecto Riquelme: de la idolatría al desgobierno
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Juan Román Riquelme llegó a la presidencia con la aureola de sus días de gloria como jugador, con la promesa de devolverle a Boca el «paladar negro» que había perdido. Cinco años después, el resultado es un equipo que no juega a nada, sin estructura deportiva y con un plantel armado a los tumbos. El Consejo de Fútbol, dirigido por exjugadores sin experiencia en gestión, se encargó de dinamitar cualquier atisbo de orden. Con decisiones erráticas, conflictos innecesarios y una falta absoluta de planificación, hicieron de Boca un club donde se improvisa en el día a día.
El mercado de pases fue otro capítulo de la misma novela. Boca necesitaba jerarquía y profundidad; lo que obtuvo fueron jugadores con pasado, pero sin presente. Se tomaron decisiones tardías y equivocadas, se apostó al carisma en vez de al rendimiento. Y el resultado está a la vista: un equipo frágil, sin identidad y con un plantel que se desmorona ante el primer golpe.
Fernando Gago, el técnico equivocado en el momento equivocado
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Como si el desorden institucional no bastara, Boca terminó de firmar su sentencia con la elección de Fernando Gago como entrenador. Un DT cuya carrera estaba marcada por la irregularidad y la falta de respuestas en los momentos decisivos. Boca no necesitaba apuestas, necesitaba certezas. Y, sin embargo, se optó por alguien sin la espalda ni la experiencia para manejar una situación límite.
El equipo que salió a jugar en La Bombonera fue un reflejo de su conductor: desorientado, sin ideas, sin un plan. Se puede discutir el error de un delantero o la decisión de un arquero, pero el problema de fondo es mucho más grave. Boca no perdió anoche: perdió en cada decisión equivocada de los últimos años.
Epílogo anunciado
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Como en la novela de García Márquez, donde todos sabían que Santiago Nasar iba a morir, pero nadie hizo nada para evitarlo, la eliminación de Boca era un final previsible. Los hinchas podían aferrarse a la esperanza, pero la realidad era otra: un club sin rumbo, un equipo sin alma y un presente que no ofrece ningún indicio de cambio.
Ahora vendrán las excusas, las explicaciones, los intentos de salvar lo insalvable. Pero la verdad es una sola: Boca está donde está por culpa de quienes lo manejan. Y si no hay un golpe de timón real, esta crónica se seguirá escribiendo una y otra vez.