sábado, 28 diciembre, 2024
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La censura mediática en Uruguay: un legado corporativista

Por Federico Ventura

En la tierra Oriental, donde históricamente la libertad de prensa ha sido un supuesto baluarte y escenario de enfrentamientos políticos, hace varios años se eleva —no solo con este gobierno entrante— una sombra inquietante sobre la libertad de expresión y su independencia.

El emblemático caso del programa de Nacho Álvarez no es un incidente
aislado ni una anécdota de un gobierno en particular. Es la más clara manifestación de una estructura de intervención estatal que ha cooptado los medios de comunicación convirtiéndolos en títeres del poder político: un fenómeno que se ha perpetuado durante años con la bajada de diferentes periodistas.

Desde hace décadas, Uruguay ha tejido una red de control mediático que, a pesar de su supuesta fachada democrática, no dista mucho de los mecanismos autoritarios (vistos en otras partes de América Latina) que siguen una senda similar a la de los regímenes
chavistas. La diferencia radica en que la censura, en Uruguay, se disfraza de «consenso socialdemócrata» y de una supuesta «pluralidad» que, en la realidad, es una farsa.

Es una dinámica que, desde hace años, han ejercido todos los gobiernos, incluido el de Lacalle Pou.

El caso Álvarez 

Ignacio Álvarez, quien hoy sufre esa «censura», no dijo nada cuando, por ejemplo, en dos ocasiones atacaron la planta emisora de CX 30 Radio Nacional, donde el periodista Esteban Queimada tenía su conocido programa Bajo La Lupa y el periodista Federico Leicht desarrollaba su columna «Unabomber».

No se pronunció cuando a Queimada le vandalizaron el auto, tampoco cuando, posteriormente, lo echaron de la radio
por su postura respecto a los protocolos sanitarios en pandemia.

Asimismo, cuando el propio gobierno departamental de Canelones, con Yamandú Orsi a la cabeza, mandó a
fiscalía a Federico Leicht por decir que su gobierno es comunista tampoco emitió comentario.

En fin: en criollo, toda su vida fue un alcahuete del sistema y recién hoy se
entera del tema.

La verdad es que la libertad de expresión no se consigue solo con democracia, sino con un libre mercado de ideas. Este ataque sistemático no es obra de un partido específico como el Frente Amplio, sino de un sistema intrínsecamente corporativista y oligopólico donde el cambio parece una utopía.

Los medios uruguayos han caído en una suerte de prebendalismo mediático. Su
economía, así como la de sus anunciantes —en gran medida empresas también prebendarias— están reguladas por el gobierno de turno.

Esta relación simbiótica entre
medios y poder político genera un mercado mediático que no responde a la audiencia ni al consumidor, sino al color político del gobierno.

Es una economía de favores y silencios
donde la verdad se compra y se vende según la conveniencia política del momento.

El caso de Nacho Álvarez es un espejo de esta realidad. Su programa, que apenas desafió algunas pocas narrativas del Frente Amplio (no las de la izquierda) y que mayormente fue complaciente con el sistema político, sufrió el golpe de la censura estructural de un sistema del cual, en su momento, él mismo fue parte.

No se trata de una censura por edictos o decretos explícitos, sino de la retirada de publicidad estatal, bajo la presión que se ejerce sobre los anunciantes privados y la manipulación de los canales de
distribución.

Este tipo de «censura» es sutil pero devastadora, pues ataca directamente la
sostenibilidad económica de los medios críticos.

La solución sería eliminar completamente las intervenciones estatales en la prensa, cesar los contratos y el financiamiento público a periodistas.

La censura en Uruguay no es un acto puntual: es un sistema que permea todas las capas de la comunicación.

Se trata de un fenómeno que se nutre de la estructura misma de un mercado mediático que no fomenta la competencia ni la diversidad de voces, sino que perpetúa un oligopolio donde unos pocos grupos dominan el discurso.

Este control se ejerce en ambos bandos del sistema político y es profundamente estructural.

Parafraseando a Esteban Queimada,
Es increíble que hoy se rasguen las vestiduras por la libertad de expresión, mientras las mismas personas que siempre han sido parte del establishment censor repudian la
censura de programas y medios.

La doble moral y la obsecuencia ciega del uruguayo promedio son patéticas. No entienden la verdadera naturaleza de la censura ni de la libertad.

Creen erróneamente que se trata de un mero ataque ideológico o político local.
Son ajenos a la dictadura global agendista que se cierne sobre nosotros.

Espero que cuando finalmente se den cuenta de la realidad, no sea demasiado tarde.

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