Finalmente, Cristina deambuló en una biblioteca imaginaria, entre Mao, Lenin y Von Clausewitz. Eligió, dolida, la opción del militar prusiano (“De la guerra”), autor de la consigna “un paso atrás, dos adelante”. Prefirió esa herencia en contra de la proposición del líder ruso (“Un paso adelante, dos atrás”, libro de 1904) y de la otra variante del mítico revolucionario chino, especialista en formular proverbios: “Dos pasos adelante, uno para atrás”. Galimatías de sentencias intelectuales para entender la última decisión de la viuda de Kirchner en la Provincia de Buenos Aires, si es que uno quiere otorgarle formación histórica a quien nunca se interesó por las lecturas de ese trío tan mentado. Para explicar su derrota ante Axel Kicillof. Claro que se trata de un juego del cronista que pretende enriquecer el volumen político de la ex Presidente y Vice, en la confianza de que un buen vestido de seda disimula cualquier carencia. Pero, como se sabe, no todos los refranes son ciertos.
Uno intenta abonar con florida costura el último paso de la dama, al retroceder frente a su ex hijo político, Kicillof, y consentir que en distintos domingos haya elecciones separadas (municipales y nacionales) en lugar de concurrentes como ella intentaba imponer en el ámbito bonaerense junto a su hijo Máximo y la insolente Cámpora. Fue una rendición jerárquica ante el gobernador, una indisimulable Cancha Rayada, justificada en la necesidad de evitar una fractura mortal dentro del peronismo provincial que, más adelante, quizás la favorezca igual que a su espacio. Perder, para ganar, alguien le dijo. Volverse flexible, abnegada, menos intransigente, al menos en relación a su hijo de sangre, un impulsivo que se despierta insultando a Kiciloff y se acuesta con un rosario de agravios al mismo personaje. No debe ser difícil de imaginar lo que le ocurre durante el sueño. Un aburrido después de todo.
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Fueron unos temerarios favoritos de Cristina en el Instituto Patria y Sergio Massa los responsables de acercarla a esa decisión traumática, irremediable, como el paso de los años. Y a pesar de que ella se ha convencido que Kiciloff es un “desagradecido de mierda”, un muñeco que ya no reacciona frente a sus estímulos eléctricos. Aunque el gobernador, en apariencia, parece dispuesto a un pacto superior, conveniente para las partes, que garantizaría cierta unidad partidaria en el mayor distrito del país. Acuerdo escrito y firmado por los protagonistas del peronismo, no vaya a ser que alguno falte a la palabra. Las paces para una mayoría de intendentes que ahora se imagina sin riesgos divisorios en la primera elección y, gracias al entendimiento suscripto, luego serían colaborativos en el segundo comicio nacional. Solo habrá que convencer a los intendentes de Avellaneda y Ensenada, Ferraresi y Secco, para incluirse en el negocio de la concordia, dos reticentes a cualquier contubernio con Cristina.
Aunque un dato último los obliga a la reflexión: ocurrió un discreto pedido de audiencia en el Instituto Patria de Verónica Magario, la vicegobernadora de Kicillof, quien se sentó frente a la jefa y le dijo que ella seguía alineada sin reservas y que La Matanza esta a disposición de la viuda de Néstor. Ninguna deserción. En la charla le transmitió un mensaje de su jefe barrial, Fernando Espinoza, quien le había confiado: “Después de 30 años bajo la falda de Cristina, no me voy a escapar ahora. Nunca lo voy a hacer”. A pesar de que La Cámpora lo tortura —según el— con el dominio de los tribunales en la provincia por una causa de violencia de género que supone amañada. Sin duda para hacer justicia.
Tras el revés con Kicillof, quien se encumbró como futura figura peronista para el 2027 por tocarle tímidamente la oreja a quien lo amamantó, el paso atrás en la estrategia de Von Clausewtiz para el cristinismo viene envuelto en una cajita feliz: un salto hacia adelante con los intendentes que la acecharon y ahora, ademas de percibirse beneficiados en el favor municipal para el primer torneo—según las encuestas— se anotan en una sociedad de socorros mutuos con la dama para la segunda porfía. Porque Cristina insiste en que se reducirá a candidata municipal de la Tercera Sección Electoral, que incluye la dominante Matanza y otros 18 municipios, lo que reforzaría el capital propio de cada uno de esos de esos jefes territoriales. Ese descenso de Cristina, un símil de Horacio Rodríguez Larreta en la Capital Federal, para moverse en el campo de los permisos municipales en la construcción de edificios o las concesiones de obras de asfalto o desagües, significa un aporte al partido: trae la portación de su nombre, un porcentajes de fanáticos que no la olvida, mas el sello del PJ oficial, la marchita y las fotos del general con Evita a incluir en las boletas. Especialistas en sondeos reconocen que esos elementos de tradición son graníticos, de inolvidable fidelidad para un sector de la población bonaerense.
La falsa paz de Cristina Kirchner y Axel Kicillof
Perder para ganar pudieron aconsejarle Massa y los amigos a Cristina, aunque para ella, lo de concejal o pretensiosamente “legisladora provincial” supone calzarse batones de entrecasa en vez de los llanos modelitos que hoy exhibe. Chancletas en lugar de zapatillas de marca o de insoportables zapatos de Louboutin. Otro descenso de una otrora cliente de la haute couture, peripecias de la política. El bordado que forja Massa con Kicillof y Cristina, si culmina también en un reglamento de confidencialidad y concordia, tal vez implique el regreso del ex ministro de Economía a las luminarias escénicas, como simple aspirante a una diputación —eso sí, nacional— para el segundo turno de las elecciones separadas en la provincia. Difícil que presida la lista, concurrir como numero tres es suficiente, reservándole el uno-dos a un hombre o una mujer, o viceversa, elegidos por los que hoy se encuentran distanciados. Pero seguramente engarzados para cuando llegue la ocasión, consejo de un viejo Vizcacha llamado Perón.