Para Joseph Campbell (1904-1987), el más importante estudioso de los mitos que atraviesan la historia de la Humanidad y alimentan los arquetipos que viven tanto en el inconsciente individual como en el colectivo, la vida no tiene sentido. Pero Campbell, cuya obra señera es El hombre de las mil caras, libro que describe el viaje del héroe que cada persona debe atravesar para conocer la razón de su propia existencia, no era un nihilista. “Eres tú quien le pone significado a tu vida”, afirmaba. “Tendrá el sentido que le atribuyas. Estar vivo es el significado”. Con lo cual convertía a cada uno en timonel de su propia vida. Menuda responsabilidad imposible de transferir. Vivir para algo o vegetar durante el tiempo que toque estar en este mundo. Y no habrá culpables del resultado de la elección. Solo un responsable.
Antoine de Saint-Exupery, autor de El principito, obra imperecedera, pensaba de una manera parecida. “Cada persona debe mirarse a sí misma para enseñarse el significado de la vida”, afirmó. “No es algo descubierto, es algo moldeado”. Mirarse a sí mismo requiere tiempo, silencio, calma y coraje. Adentro de cada persona hay un complejo paisaje de aspectos deseables e indeseables, cuya exploración y aceptación forma parte del mencionado viaje del héroe. La odisea, de Ulises es el gran mito que habla de esta peripecia. La travesía no es simple en ningún momento, pero quizás resulte más ardua en una época en la que florecen el narcisismo, el egoísmo radical, la indiferencia colectiva, con el abono de un bullicio externo ensordecedor y tentaciones consumistas que anestesian a altos costos la angustia existencial. Mucha distracción, poca introspección.
En ese contexto no sorprende que la ansiedad, el escepticismo, el descreimiento, la desesperanza y la depresión conformen una silenciosa epidemia que se extiende entre los jóvenes del mundo, según lo testimonian variados estudios. Uno de ellos, efectuado por el Colegio de Graduados en Educación de la Universidad de Harvard, detectó un 36% de ansiedad y un 29% de depresión en personas de entre 18 y 25 años en Estados Unidos. La falta de significado y propósito en sus vidas apareció como una razón detrás de estas cifras. En un artículo publicado en la revista digital Bloghemia el ensayista y periodista cultural mexicano Emilio Novis escribe: “En Gran Bretaña el 89% de los jóvenes de 16 a 29 años siente que la vida no tiene propósito alguno. Cifras similares se encuentran en países como Francia o Suecia, supuestamente los más avanzados, y racionales”.
En un país falto de estadísticas sobre temas esenciales (las banales sobran), como el nuestro, no sabemos qué ocurre con los jóvenes en este aspecto, pero como estamos en un mundo globalizado en el que todo tiende a uniformarse y las conductas son tendencias, es posible sospechar un panorama parecido.
Aunque a la hora de seducirlos y captarlos como mercado se diga que los jóvenes son innovadores, disruptivos y “distintos”, lo cierto es que son, ante todo, seres humanos. Y que, independientemente de edad, etnia, nacionalidad y momento histórico, la vida les hace a los humanos siempre la misma pregunta: “Estás aquí, ¿Qué harás de mí? ¿Cómo y hacia dónde me vas a transitar?”.
Decía Víktor Frankl que vivir es responder. Y ya que los adultos llegamos antes que ellos al mundo y a la vida es importante preguntarnos qué tipo de referencia estamos ofreciendo a los que vienen detrás en cuanto a modelos de conducta, de vínculos, de propósito. Preguntarnos cómo estamos esculpiendo nuestras vidas para hallar el propósito en ellas. Porque el que va adelante es, quiéralo o no, un guía, y como el héroe no viaja solo le cabe la responsabilidad de no marchar hacia un abismo.
El talentoso jazzista Herbie Hancock dijo una vez: “No existirías si no tuvieras algo que traer a la mesa de la vida”. La cuestión es no dejar vacía esa mesa.
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