lunes, 14 octubre, 2024
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Huesos que dan nuevas pistas sobre los primeros pobladores del continente

Un grupo de científicos del Conicet y del Museo de La Plata logró identificar marcas de origen hechas por humanos en el esqueleto de un gliptodonte hallado a orgillas del río Reconquista, en el límite entre las ciudades bonaerenses de Merlo y Moreno. Pero lo más fascinante es que lograron establecer que las marcas datan de 21 mil años atrás; es decir, unos 5 mil años antes de la etapa histórica en la que está aceptado que llegaron los primeros pobladores al continente americano. 

El hallazgo se configura como la primera evidencia de interacción temprana entre los primeros habitantes y la megafauna que habitó estas tierras y se acaba de publicar en la revista Plos One.

La conclusión de los expertos surge de una serie de estudios sobre el esqueleto incompleto de un gliptodonte perteneciente al género Neoesclerocalyptus —pariente de las mulitas y peludos actuales y extinto hace 10 mil años– con partes articuladas, compuesto por las vértebras y el tubo caudal, o estuche de la cola. 

El fósil fue hallado por Guillermo Jofré, autodidacta de la paleontología que tiene a su cargo el Repositorio Paleontológico Ramón Segura de Merlo, a quién le llamaron la atención las singulares características que presentaba: múltiples rayitas en los huesos y placas óseas que seguían patrones uniformes. 

El paradigma de poblamiento dice que los seres humanos llegaron a América hace 16 mil años, pero ocurre que desde hace un tiempo empezaron a aparecer evidencias más antiguas en Brasil, Canadá, Estados Unidos y México, entre otros lugares. Hay toda una visión tradicional que dice que esas son anomalías, que no se sabe bien cómo se dieron, pero ya hay estudios muy serios publicados en revistas prestigiosas que ubican el ingreso entre 20 y 30 mil años atrás”, explica Miguel Delgado, investigador del Conicet en la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata.

“Lo primero que quisimos saber fue la antigüedad, porque cuando vimos la estratigrafía del lugar del hallazgo, es decir las capas de sedimento que se van acumulando, el fósil estaba muy abajo, lo que nos daba la pauta de que era algo muy viejo”, comenta Martín de los Reyes, también investigador. Justo debajo del lugar donde estaba el esqueleto ya se había encontrado un tipo de caracol que databa de 32 mil años atrás. Además, apenas por encima del cuerpo el fechado radiocarbónico –un método que se basa en la medición de la cantidad de carbono 14 que contiene un material– del sedimento marcaba 17 mil años. 

Por otro lado, se realizó la datación de la edad de los huesos: “Ese análisis, que se hizo en Francia y fue la primera datación en hueso de un Neoesclerocalyptus, nos dio como resultado que el esqueleto tiene 21 mil años”, cuenta Delgado, y destaca que, puestos en contexto, las conclusiones del análisis óseo y del estrato son consistentes cronológicamente.

Lo que quedaba por analizar era el origen de las marcas que presentaba el esqueleto, tanto en las vértebras como en los osteodermos del tubo caudal. “Son muy parecidas a marcas experimentales ya documentadas hechas por humanos. El patrón es de desposte, como los cortes que hace un carnicero, en lugares específicos como las inserciones musculares o los tendones. Ahí cortaron. O sea, carnearon al animal», explicaron los investigadores.

En vida, el animal era un acorazado de mediano a grande, con un peso de alrededor de 400 kilos, 90 centímetros de alto y un largo total, contando cráneo, coraza y tubo caudal, de 1,30 metros. “El esqueleto estaba panza arriba y, si bien no sabemos el contexto, es decir si fue producto de la caza o de otra circunstancia, los patrones de las marcas sugieren un claro origen humano”, detalla el experto. 

Según el equipo de profesionales, el lugar del hallazgo es muy rico desde el punto de vista paleontológico, por lo que futuras excavaciones y análisis adicionales de los materiales recuperados continuarán develando secretos sobre los primeros habitantes de estos territorios. 

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